El riesgo del tabaco no termina al apagar el cigarrillo. Aparte del humo de primera y de segunda mano, cuando se fuma en una estancia, los residuos de nicotina y otros compuestos en suspensión en el aire, terminan precipitando sobre las superficies.
Ropa, muebles, paredes o el interior de los coches se convierten en receptáculos de un sinfín de sustancias altamente tóxicas, que lo impregnan todo.
A ese conjunto de sustancias, procedente directo del humo del tabaco —e incluso habiendo sido respirado por fumadores activos y pasivos— se denomina humo de tercera mano. Algunas de esas sustancias apenas permanecen unos segundos, pero otras pueden persistir en las superficies durante meses, acumulándose, adsorbiéndose en los tejidos, formando películas o reteniéndose en las partículas de polvo.
Se podría pensar que esas sustancias no llegan a absorberse por las personas —o los animales de compañía, sufridores silenciosos habituales del tabaquismo pasivo—.
Sin embargo, algunos estudios han llegado a observar un incremento en los niveles de nicotina en la piel, y de cotinina en la orina, en personas no fumadoras que no permiten fumar en casa, pero que residen en hogares previamente ocupados por fumadores.
De hecho, se han llegado a observar partículas de polvo cargadas de nitrosaminas específicas del tabaco en hogares de no fumadores; partículas que entran al domicilio transportadas por la ropa, objetos o incluso por el viento, desde lugares donde ha habido fumadores.
Si bien los efectos del tabaquismo activo y pasivo están muy bien estudiados, el concepto del humo de tercera mano es relativamente nuevo. Teniendo esto en cuenta, y sabiendo que el riesgo de exposición de los niños al humo ambiental del tabaco está, en general, infravalorado por la población —como indican los estudios de percepción de riesgo—, no es de extrañar que los riesgos del humo de tercera mano estén directamente ignorados. Hasta hace muy pocos años, ni siquiera eran objeto de estudio.
Un grupo de investigadores de la Universidad de York y la Universitat Rivira i Virgili se propuso analizar los efectos de la exposición al humo de tercera mano, y sus resultados fueron publicados en la prestigiosa revista científica Environment International en 2014. En este estudio, se mostró que existe un riesgo real asociado a la exposición de estos compuestos. Aunque esos riesgos son significativos para todos los grupos de edad, los menores de 6 años son los más vulnerables a la exposición del humo de tercera mano. Las formas principales de contacto son la ingestión o inhalación accidental de polvo, y el contacto con las superficies, ya sea con la piel o con la boca —directamente, o contacto boca-mano—.
Aunque en el estudio advertían que el dato podía estar subestimado debido a las limitaciones de sus análisis, se calculó que el riesgo de cáncer acumulativo de exposición a humo de tercera mano podía llegar a ser un caso de cáncer adicional por cada 1 000 niños expuestos. Parecería poco, si no supiéramos que, según la Organización Mundial de la Salud, hasta un 40 % de los niños son fumadores pasivos —y por ende, también están expuestos al humo de tercera mano—, y en España se estima que es entre el 50 y el 70 %.
Hasta el 77 % de los hogares de fumadores exceden el límite de sustancias específicas del tabaco recomendado por la Agencia de Protección Ambiental estadounidense (USEPA).
«El riesgo de exposición de los no fumadores al tabaco a través de la ingestión involuntaria y la exposición dérmica del humo de tercera mano no debe pasarse por alto, y su impacto debe incluirse en futuros programas educativos y políticas de salud pública relacionadas con el tabaco», concluye el estudio.
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