Pedro Cabrera Navarro - Médico Neumólogo. Coordinador nacional de la Alianza Médica contra el Cambio Climático. Consejo General de Colegios Oficiales de Médicos.
Entre los objetos recogidos en la basura urbana, el 40% son colillas. Se trata de un problema medioambiental de especial relevancia al que nuestras autoridades han prestado poca atención.
Para dimensionar el problema, conviene saber que cada año se producen más de seis trillones de cigarrillos y que para 2025 se estima una producción de nueve trillones. Su consumo ocasiona ocho millones de muertes anuales, 700.000 en Europa, 60.000 en España y 3.000 en Canarias. Además, genera un incalculable número de enfermos crónicos que suponen un enorme gasto social y un sufrimiento incalculable. Por si esto fuera poco, el tabaco tiene un gran impacto medioambiental que nos afecta a todos, fumadores y no fumadores, y que supera con creces los daños ocasionados al fumador pasivo.
Se estima que, cada año, acaban en la basura 766.571 toneladas de colillas. Y cada filtro de cigarrillo se compone de más de 15.000 fibras de acetato de celulosa, un microplástico fragmentable, que tarda varios años en descomponerse y que acaba en el suelo, en los ríos y, finalmente, en el mar donde los ingieren los peces y entran en la cadena alimentaria humana. Por si fuera poco, las colillas son portadoras de múltiples sustancias tóxicas que contaminan el medioambiente.
Más allá del aspecto de suciedad que las colillas imprimen a nuestras ciudades, el coste de su recogida y su procesamiento supone una carga considerable para las autoridades locales. Bajo el principio de la legislación europea de 'quien contamina paga' se debería exigir a los productores de tabaco la recogida y tratamiento de los residuos que generan. Así lo recomienda la Directiva Europea 2019/904 que, incluyendo a las colillas, regula los vertidos de plástico en el medioambiente.
En España, alrededor del 20% de su población es fumadora. La repercusión que el tabaquismo tiene sobre el 80% restante se ha enfocado, casi exclusivamente, en el fumador pasivo o el humo de segunda mano. Sin restar importancia a esta agresión, posiblemente, tenga un impacto mucho menor sobre los no fumadores que el impacto ejercido por la huella medioambiental del tabaco, desde las plantaciones hasta las colillas.
La agresión medioambiental directa, de alcance 1, implica: desforestación, ingente consumo de agua y contaminación del suelo, del agua y del aire con productos químicos y microplásticos. Mientras que la agresión indirecta, alcance 2 y 3, se produce a través de la manufactura, el empaquetado, la distribución y los residuos de los cigarrillos.
Recientemente, la revista Environmental Science & Technology ha valorado el impacto medioambiental que tiene la producción de seis trillones de cigarrillos anuales, en 500 factorías de 125 países. Sus cifras se cuentan en millones de toneladas (Mt). Son datos escalofriantes: cada año se cultivan 32,4 Mt de hojas de tabaco verde para producir 6,48 Mt de tabaco seco. Para ello, se ocupan 5,3 millones de hectáreas, se consumen 22.220 Mt de agua y se generan 55 Mt de agua residual contaminada. Y, en su conjunto, se emite una ingente cantidad de gases de efecto invernadero que equivalen a 84 Mt de CO2. Las colillas se cuentan entre los 25 Mt de residuos sólidos generados por la industria del tabaco y que, según la publicación Science of the Total Environment, aportan cada año al medioambiente 0,3 Mt de microplástico en forma de fibras.
Estas cifras de magnitud mareante, se asimilan mejor cuando se concretan de una forma individual. Un fumador de 20 cigarrillos diarios, a lo largo de su vida, genera un consumo de 5,1 toneladas de equivalente de CO2 que requerirían 132 árboles durante 10 años para compensarla; un gasto 1.300 m3 de agua que cubrirían las necesidades básicas de agua de tres personas durante casi 62 años y un gasto energético equivalente a 1,3 toneladas de petróleo que cubrirían el gasto de una familia media en la India durante 15 años.
Ante este panorama desolador, la industria tabaquera, pionera del negacionismo, ha iniciado una campaña de greenwashing, altamente financiada, para presentarse como una industria responsable y amigable con el medioambiente. Han tejido connivencias con medios de comunicación que bordean la prohibición publicitaria del tabaco. Además, han creado organizaciones con piel de oveja, como la Fundación por un Mundo Libre de Humo patrocinada por Philip Morris.
Los informes emitidos por la industria del tabaco para su ecoblanqueo están plagados de sesgos y ausencia de datos. Ignoran que el 40% de la producción mundial de cigarrillos está en manos de China National Tobacco Company de la que no se tiene noticia alguna. La propuesta de British American Tobacco para reducir sus emisiones se ciñe al alcance 1, ignorando las emisiones de alcance 2 y 3, contratadas con terceros y que afectan a la mayor parte de su actividad: granjeros, proveedores de mercancías para manufacturas y transportes.
La administración pública española no debe olvidar que el artículo 5.3 de Convenio Marco de la OMS para el Control del Tabaco le prohíbe cualquier colaboración con la industria tabaquera, algo que olvida con frecuencia, como ha ocurrido recientemente con la isla de La Graciosa y diversas actuaciones de las autoridades públicas canarias bajo el patrocino descarado de distintas compañías tabaqueras.
La OMS ha declarado que, en la próxima década, la mayor amenaza para la salud humana será el cambio climático y la comunidad debe ser consciente que, por esta vía, la industria del tabaco va a incrementar sus víctimas, fumen o no fumen.
https://www.canarias7.es/opinion/firmas/pedro-cabrera-navarro-colillas-tabaco-medioambiente-20230531232447-nt.html